Desde las uniones de las baldosas hasta los toldos verdosos
agrietados de los locales comerciales, o una campera deportiva violeta de mujer
y -aunque parezca descabellado- un cálculo matemático de límites o el
pronóstico climático o una raqueta con una pelota de tenis, hasta una pesada
enciclopedia o una novela futurista de Isaac Asimov aplastada por “el manual
indispensable” para el ingeniero mecánico; evocan un recuerdo. Aunque la
fisonomía diaguita-andina del transeúnte que choca conmigo, también evoca un
recuerdo pero con la diferencia de que éste recuerdo, me eriza la piel. Me transporta
del lugar de la calle en donde estoy hacia destinos ya conocidos pero pasados.
Me genera una combustión cerebral e inmediatamente siento escalofríos y
sensación de re-encuentro, ya que de pronto, me visita la condenada – ¿O visita
al transeúnte y yo la reconozco ahí?- la ausente Patricia. El perfil de su
rostro, los pómulos y la tez rojiza junto con el cabello semi-ondulado, son rasgos
típicos de los pueblos originarios del Gran Chaco y de la menesterosa provincia
Argentina de Santiago del Estero. En lo que dura ese momento, ¡ellas son
idénticas! Cuando pasa por al lado mío, y volteo mi cabeza para confirmar con
recelo que, al encontrar su mirada descubro que todo es producto de mi
imaginación. Es una desconocida, un
peatón. Alguien con quien no me voy a cruzar ni en otra vida. ¿Pierdo la cabeza
e imagino que creo en la resurrección o en la vida después de la muerte y la
reencarnación en objetos/personas/animales? No y me siento aliviado de no
creerlo. Pero siento una “pseudo-pascua” –con el perdón de los laicos, sin
ofender- porque en ese lapso de un segundo o dos me encuentro con ella o ella a
mí, y es por eso que escribo una y otra vez todos los “encuentros” que me
suceden. Quiero dilucidar o al menos dar con la certeza de quien busca a quien.
Quiero que confíen en que no estoy apoyando o promoviendo ninguna teoría
esotérica, voodoo, umbanda ni nada por el estilo. O es como dijo Isabel:
“La muerte no existe, la
gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré
contigo.”
Isabel de apellido Allende y Patricia, Ibarra. Un apellido muy
arraigado a la provincia de Santiago del Estero. Juan Felipe Ibarra fue un
caudillo federal y el primero en gobernar Santiago del Estero, durante la
conformación del estado nacional en el siglo XIX. Más allá de que Patricia
vivió toda su vida en Buenos Aires, sus padres y abuelos fueron los que emigraron a Capital Federal.
Durante la época de Rivadavia, Juan Felipe resistió la invasión
del coronel unitario, enviado por Rivadavia con la finalidad de formar un
ejército para la guerra del Brasil. Todo el noroeste argentino estuvo defendido
por grandes caudillos como Facundo Quiroga que junto a Juan Felipe Ibarra
expulsaron de la zona al enviado de Bernardino, el unitario Lamadrid.
En el transcurso de su vida en capital, Patricia fue docente
universitaria en física, química y matemática. También conformaba los informes
meteorológicos de Nadia Zyncenko y se desempeñaba como agente de viajes. A su
vez madre y columna vertebral de su familia. Con una autoestima elevadísima y
una actitud positiva frente a la vida y un espíritu que irradiaba amor.
Estoy convencido de que escribiendo los “encuentros posmortem” con
Patricia soy yo el que la quiere encontrar. Lo más increíble de todo y lo más
parecido con las batallas del virreinato, es que ella mantuvo una batalla
interna durante mucho tiempo, sin saberlo.
Para mí ya es tiempo de que la Real Academia Española adjudique
el femenino de caudillo. Más que nada en estos tiempos donde, el liderazgo de
las mujeres parece ser la principal amenaza para el sistema
social-económico-capitalista.
Decididamente Patricia es toda una Caudilla.