miércoles, 25 de febrero de 2015

Ida; sin vuelta.

¡Cuanto la vamos a extrañar!

CONDENA ASUMIDA

Viernes, 13 de febrero del 2015

Sobre mesa familiar. Ecografía abdominal.
Sabemos que la parte frontal está tomada. La ecografía acusó la cobertura completa del peritoneo. El sistema linfático viene fallando; es probable que a estas alturas haya dejado de funcionar. Los médicos evalúan quitar el tratamiento de la quimioterapia y comenzar a administrarle paliativos contra el dolor. ¡Era hora! -mi hermano golpea la mesa con el puño cerrado-. Te dije, má, todos pensamos maso menos lo mismo, vos la viste como está, todos lo vimos, ese cuerpo no resiste más y si así lo hiciese… (Pausa.) el ancho mortal de espadas no está de nuestro lado y clavado está en el corazón derramando la sangre de toda la familia que sufre por la pérdida del amor de la tía.

Miércoles, 18 de febrero del 2015

Durante la jornada laboral recibo un mensaje de texto de Carla, mi mamá: Da, a la tía le dejaron de hacer quimio hace una semana. Me llamó el Tío, le quitaron la alimentación parenteral. Buscan darle un “final más placentero”.
Al llegar del trabajo lo comento con mi pareja, ambos acordamos que es lo mejor para todos.
Comienzo a digerir la visita a la Corporación Médica Alexander Flemming, el primer instituto privado de oncología de América Latina, mencionado por primera vez en mis relatos. Me parece justo dejar asentado donde la paciente fue albergada.

Sábado, 21 de febrero del 2015

Con una mudanza programada hace un mes, Carla me avisa que toda la familia se está acercando a verla. Cancelo la mudanza. Por suerte, mi compañera está conmigo en esta situación difícil. Nos acercamos al edificio de la corporación, desconozco la habitación donde se encuentra la Tía. Me acerco a la guardia, que es por donde entré la última vez que vine. Me piden el documento, se los doy. Informo a quien venimos a visitar, en un inshigth aparece en mi conciencia un número de tres dígitos: Trescientos cuarenta y dos –le digo. Negativo –me responde el hombre de seguridad- la mudaron, habitación cuatrocientos veinte. Pasillo al fondo, tienen que doblar a la derecha ascensor de puerta verde, cuarto piso; repite, habitación cuatrocientos veinte cuarto piso ascensor verde. Nos acercamos a la puerta verde esperanza, solo la puerta, el ascensor en su interior es inmenso, caben dos camillas; su movimiento lo garantiza un embolo de tamaño considerable. Enfrentados, mi novia y yo, nos miramos con ternura en silencio. Se abre el ascensor. Reconozco a toda mi familia política. Muchos familiares cercanos a la tía. Saludamos uno por uno a todos. Les presento a mi compañera a medida que voy saludando a todos los presentes en la sala. No hace falta descripción alguna; caras largas, ojos llorosos, sonrisas angelicales, lentos movimientos. Me acerco al pasillo de las habitaciones, mi compañera me suelta la mano y me acompaña, viene detrás de mí. Me encuentro con mi madre en un lento timming, abrazado a ella, por encima de su hombro abro mis ojos que comienzan a humedecerse y encuentro a mi tío. El saludo con él fue extraño. Creo que ambos sabíamos que, si nos abrazábamos lo que dura un abrazo en estas circunstancias, entrabamos en un túnel húmedo de lágrimas y oscuro de sombras. Solo rosé su antebrazo y reposé durante unos instantes mi mentón en su hombro, recibiendo lo mismo de su parte. Nuestras miradas se cruzaron apenas por unos segundos al separarnos. Continué avanzando por el pasillo. Enfrente a la mesa de primeros auxilios, apoyando toda su humanidad sobre la pared, mi hermano, ojos explotados de llanto, mirada perdida en el cielo raso y pañuelos en sus manos. De sorpresa le robo un abrazo, ya que en nuestra relación no nos demostramos afecto físicamente y tampoco verbalmente, más bien es como un compañerismo de escuela… sí, por supuesto que recapacitaré en modificar el tipo de relación con mi propio hermano. Nuestras mejillas se juntan, me sentí muy bien, ambos nos sentimos bien. Lo dejo con mi compañera y escucho como se quiebra en llanto. Respiro profundamente, con gesto amable pero distraído saludo a más familia política que, hace mucho que no veo y cumplen con una guardia eterna en la puerta de la habitación. Guardianes inamovibles que brindan a toda hora el apoyo moral que se necesita en estos casos.
Mi primo más grande, Martín, a la izquierda de la cama está sentado en una silla y acaricia el brazo de su madre sobre la sabana que la recubre y da fe de su forzada respiración. Atrás de él, su tía, la hermana de Patricia, Marina que descubre mi presencia y se desmorona en mis brazos ya agotada de tanto llorar, un abrazo de fuerzas idénticas que aumentan al finalizar. Del otro lado de la cama, a la derecha, opuesto a Martín, se encuentran Federico y Paloma. Fede está con la cabeza apoyada sobre la baranda de la cama y sujeta el brazo izquierdo de Patricia como queriendo retenerla en este mundo. Paloma, sentada a su lado, sombría y blanca en su rostro, con la mirada perdida, acompaña a su madre en el camino que transita.
Carla, a los pies de la cama sujeta el pie de Patricia. Lo masajea y la estimula. ¿Es posible que exista tanto contraste entre una parte del cuerpo y otra? El pie de mi tía, y digo esto porque es lo que está por fuera de la sabana, entre los brazos de mi matriz. La tensión de la piel, el color, las uñas, sus dedos, parecen de una persona normal y cuando uno recorre con su mirada y llega a la cabeza descubrimos alguien que luchó más de seis meses contra un cáncer. Pelo corto blanco, piel que sobra o huesos que huyen, ojos entre abiertos que se mueven constantemente y no llegan a cerrarse ni abrirse del todo. Encima tiene una máscara que está conectada a una bolsa inflada con vapor, más las mangueras plásticas que salen desde la profundidad de su cuello. Mis ojos se llenan de lágrimas, me apoyo sobre la pared de la habitación y me dejo caer hasta el suelo, las lágrimas rebalsan de mis ojos y el gesto en mi rostro es de bronca y detrás de él se esconde la inmensa tristeza, pero la bronca perdura. Ya los mocos en mi nariz dan evidencia sonora al respirar que estoy llorando. A todo esto mi primo Federico levanta su cabeza, me ve. Se sienta a mi lado. Nuestros brazos se entrecruzan, nos damos aliento entre pechos angustiados pero rostros de pelos y piedras humedecidos por lágrimas. Agarra mi mano y me dice: “Siempre estuvimos juntos, primo” Y siempre vamos a estar –le digo.

Domingo, 22 de febrero


Condena cumplida. 

martes, 3 de febrero de 2015

Idas y Vueltas

Condena Pactada

-Una compañía psicológica… una ayuda… hablé con Carlos  y está de acuerdo.
-¡Genial! Me parece perfecto. Sacar las cosas de la cabeza, darles entidad y verbalizarlas. ¿Estará contemplado?
-Sí, me ofrecieron.
-Ah
-Vení de este lado…quiero ir al baño…ayúdame.
-Dale, Tía, voy.
-Eso, por debajo de los hombros. Ahora ayúdame con el trípode y cuidado con las mangueras.
-Sí, sí.
-Bien, bueno gracias, esperáme afuera.
Caminé por el pasillo varias veces de principio al final, pasando una y otra vez al lado de la mesa de primeros auxilios. Me detuve y apoye mis manos sobre los extremos de la mesa. Deje caer mi cabeza en peso muerto. La angustia y yo nos hundimos en algunas lágrimas.
-¡Nicolás!
-Voy Tía – dije sorprendido.
-Señor, señor – como si hablara una serpiente – no puede elevar la voz en el pasillo – dijo la enfermera empujando un carro con sábanas blancas.
-Mil disculpas
-Téngalo en cuenta para la próxima vez – susurró a mi lado y bajó la escalera.
Me guardé tres paquetes de gasas esterilizadas y dos paquetes de bisturís en los bolsillos. También llevo conmigo una botella de iodo y otra de alcohol. Al llegar a la puerta entre abierta de la habitación levanto mi cabeza y en un suspiro susurré: -Trescientos cuarenta y dos. Abro y veo los pies de la Tía, descalzos. Ya se acostó. Entro y dejo las botellas sobre la mesa y paso a vaciar mis bolsillos.
-Si querés podes acomodar las rosas que trajo tu mamá en donde da el sol y así, te queda lugar en la mesita.
Al pasar le acaricié los pies. Varias uñas están largas especialmente la del dedo gordo del pie izquierdo; encarnada. Debido a una de sus pasiones, la de jugar al tenis. Ella se sonríe y se acomoda el ambo. Desde mi perspectiva puedo ver las cicatrices de la operación en la zona abdominal; me impresioné y ella lo sabe y encoje sus piernas y las levanta hacia el cielo, las flexiona una y otra vez como si pedaleara en una bicicleta imaginaria que rueda por el techo.
-El medico dijo que ejercite la panza.
La impresión se convirtió en asombro y el asombro alimentó la esperanza. Puse una almohada para que apoye sus pies. De la mesita agarro un paquete de gasas, lo abro. Humedezco unas cuantas con alcohol. Ella del cajón de su mesita de luz me alcanza un estuche del cual desbordan limas de acero, tijeras de distintos tamaños y curvaturas, un catéter en su estuche y dos pomas de algodón. Procedo a cortarle las uñas y lavar sus pies con alcohol. Abro el catéter.
-Tía, te voy a pinchar – su mirada desborda de ternura pero con una gran braveza – un poco al lado de la uña que tiene que supurar ¿Lista?
-Más dolor del que sentí y siento no creo que sea. Dale, con confianza, no te me vayas a desmayar, ¿eh?

Pincho con suavidad, pero no es suficiente. La última vez que se arregló los pies fue para la final de intermunicipal que se jugó en el Club Alemán de Villa Ballester. Hace seis meses, lo recuerdo muy bien. Una hora cuarenta y dos minutos de partido. La fama que tenía su rival era el rumor de la tribuna: “El drive que tiene la de Pilar dicen que es intratable, aplica un passing maravilloso y juega bastante al cuerpo”. Pero del otro lado de la red, con su raqueta en la mano estaba Patricia, de Villa Ballester, mi Tía. No me olvido más, 6 3 – 6 2. La puso a correr como nunca en su vida, la de Pilar no lo podía creer. Una semana después, haciéndose estudios reglamentarios para entrar al torneo provincial y al ranking nacional, el medico clínico chequea la zona abdominal, Patricia siente una molestia, diagnóstico: Colecistectomía Laparoscópica. Una operación simple y ampliamente practicada. Patricia: Deportista de toda la vida, Profesora de Física, Química y Matemática, Docente Universitaria, Licenciada en Meteorología, Agente de Turismo, Esposa, Madre, Ama de Casa; mi Tía.
-Mi Tía…Tía…
-Acá está tu Tía
-¿Qué pasó?
-Gracias – le dijo Patricia a la enfermera que se retira –
-Te desmayaste, paparulo. No mires mí pie que tengo el catéter clavado en el dedo y está supurando.
Su cuerpo esquelético, con la piel hacia adentro, como si sus huesos tuviesen la intención de escapar para observar desde afuera al enemigo interno que lo expulsa e incentiva a dejar atrás la piel. A pesar de su delgadez, su color pálido, su aroma indefinido; sus brazos rodean mi cuerpo. La siento inmensa e inconmensurable. Un brazo está por detrás de mi cabeza, en el cuello, otro sobre mi pecho, los dedos de sus manos se entrelazan sobre mi hombro formando una armadura. Siento su aliento y el viento de su respiración sobre mi frente. Jamás pensé que ella termine abrazándome; no quiero que termine, nunca. Nuestras cabezas están juntas un buen rato. Por un ojo espío el chorro de pus que sale del catéter ensartado en su dedo inflamado, ella parece no percibirlo, como si existiera un acuerdo. De repente un pitido agudo nos interrumpe. Es la alarma del administrador de proteínas indicando que el contenido del sachet está llegando a su fin. Lo que nunca terminó fue la intervención quirúrgica de la vesícula. Lo que nos maravilló - si el lector me permite esta displicencia – fue lo que los doctores nos anunciaron cuando le realizaron la tomografía. Los doctores afirman que convive con ella hace varios años. Fase IV. Al abrir para realizar la Colecistectomía los cirujanos descubren que tiene tomado partes del intestino delgado, parte del grueso y el páncreas en un 85%. Comenzó con quimioterapia. Viajó al norte de América de donde regresó con un panorama alentador y con una programación de regreso para extirpar en caso de que se reduzcan los tumores. Continuó con sus tratamientos, que cada vez fueron de manera decreciente con respecto a los niveles de la quimioterapia. Se redujeron los tamaños en gran medida acelerando las posibilidades de extirpación. Carlos, mi Tío, se encargó de conseguir una entrevista con una eminencia en el tema, un cirujano español que da charlas en convenciones y demás. La acepta tratar, pero con una condición: que sea en España. Viajan, ella, Carlos y Paloma, mi prima. Lo extirpan. Vuelve al país, queda internada en observación, le dan el alta, la rechaza. Después de un mes y de la insistencia de la familia, ella asume el riesgo de salir de la comodidad de estar protegida en una corporación médica. Está cuatro meses en su casa que sus hijos convirtieron en algo muy similar a un templo holístico. Retorna a la vida social, se junta con la totalidad de la familia, amigos. Hicimos una fiesta inmensa para su cumpleaños, Patricia bailó hasta altas horas de la madrugada. Todos bebimos, reímos y lloramos. Sacamos fotos y nos dimos largos abrazos.  Al primer control del segundo semestre del año pasado, en la tomografía, se detecta presencia cancerígena en todo el Peritoneo. (Membrana que recubre a todos los órganos del abdomen.) Está internada nuevamente en la Corporación Médica que ya la supo albergar tantos meses. Enfrenta este trecho con una quimio suave pero constante, ya no tolera alimento vía oral. Es alimentada vía endovenosa.
Esto no es el final, todavía no termina. Pero la condena está pactada.