miércoles, 21 de enero de 2015

Averiguación.


Saludable limpieza.

Espera.

Barrer, pasar el trapo son actividades que corresponden al orden de las terapéuticas que además de transformar el lugar en donde residimos nos brinda un momento de conexión única e irrepetible, concepto en que ahondaremos más adelante.  Por lo pronto el beneficio es en dos capas una interna y otra externa, ésta, que es conocida por todos, es a lo que denomino: “Transformar el lugar en donde se reside”. Ésta acción, la de barrer, pasar el trapo, lampaso, plumero o rastrillo incluye como primer paso sujetar algo de madera; elemento de la naturaleza que conecta, transfiere y transforma en el estado en que la encontremos; ya sea que haya sufrido un proceso industrial, químico o forestal, éste íntegro elemento permite que fluyamos a través de él. Con la particularidad de tener una vía, una dirección, como la tiene un iodo eléctrico. Es una inescrutable pero bienvenida línea de fuga la que nos brinda asear nuestro hábitat. Irrepetible tarea porque siempre limpiamos los mismos lugares y de una manera similar. Digo esto porque no es mí costumbre barrer el suelo pisando el techo o usar la cabeza de un rastafá como un lampaso o pasar el trapo caminando como un sapo. Pero lo que recolectamos, que generalmente está compuesto por las mismas partículas, éstas no se ubican siempre de la misma forma, cambian; son volátiles. Sucede que en la rutina diaria muchas veces no reparamos en ellas o si lo hacemos, siempre nos parecen irrelevantes y contradicen a la anterior oración. Sin mencionar cuando entre medio de estas partículas vislumbramos un objeto desaparecido, un insecto desconocido, una puntita de un paquete de un profiláctico que remite a un encuentro o no sé porque algo referido con el “lujo o de lujo”, un botón e innumerables cantidades de objetos. Simplemente las vemos arrinconadas contra las inmensas cerdas que son un batallón comandado por nuestra muñeca. Aquí una de las claves terapéuticas. – Las muñecas lo son todo – me dijo mi primo Federico en una de las tantas charlas sobre música que tenemos cuando  nos encontramos – empecé hace dos semanas con la profe de bajo que enseña batería también. El secreto está en las muñecas. – Tanto como para la batería y tantos otros instrumentos ellas son responsables de gran parte de resultado final, de la ejecución. En ellas se concentran grandes tensiones que se acumulan a lo largo del día. Al momento de barrer, por ejemplo, nuestras muñecas son sometidas a movimientos que no realizamos diariamente, son llevadas a su prono y abduce cuando avanzamos y retrocedemos el ejército de cerdas que arrinconan las partículas. En estos dos puntos, las muñecas actúan sobre nuestro eje corporal y conducen a mover nuestra pelvis en una posición poco usual para ella (A lo sumo se toma esa posición cuando se desciende de un colectivo, los que no son ni bajo ni semi-bajo.) lo que favorece la rotación del femur en el alojamiento de la cadera.

Saber lo que hay que se debe tirar y lo que no, ayuda a tomar decisiones. Y mover de lugar lo que interrumpe la limpieza y colocarlo en donde corresponde, luego de limpiar, es un acto sencillo que educa la atención.


jueves, 15 de enero de 2015

Viaje en asiento opuesto a la dirección de avance.


Movimientos.

Tiempo.
Al final del día, sentado a su lado, un gordo canoso nervioso; digamos que dejó de fumar antes de subir al tren. Enrolla un papel, tamaño naipe de canasta, doblado varias veces, con mucha ansiedad. Sus dedos gordos e índices de las manos pliegan el lado más chico del rectángulo que rápidamente se convierte en un cilindro. Con apenas tres movimientos, lo amasa entre sus palmas. Como cuando giramos infinidad de veces una varita de madera sobre otra, para encender fuego; parece satisfecho.

Ya conforme, el barbas blancas, se rasca la pantorrilla derecha, mira por la ventana, apoya el brazo en el marco y su mentón en la mano izquierda.

Al descubrir mi mirada a través del reflejo en el helado vidrio, recupera su primera posición.
Menos el pulgar y el índice de la mano derecha, que sujetan el comprimido rollo de papel, los dedos de la izquierda desenrollan.


Luego de unas contracciones musculares de todo el hemisferio superior derecho a tempo espasmo. 

T.O.C.   

martes, 13 de enero de 2015

La delicadeza del soplo.

Un Cierre Inesperado

La delicadeza del soplo.
Engancho la manga de la blusa de una señora paquéta que lee; con el cierre de la mochila. Acto seguido, la señora, ordena mi inmovilidad por temor a la ruptura de su coqueto bordado al crochet. Acato su exigencia, como todos los pasajeros con la mirada escrutánte que los caracteriza ante sucesos de ésta naturaleza; me petrifico. En auxilio de la señora se acerca una chica de musculosa rosa. Para facilitar giro sobre mi eje, sin mover mi mochila a la que sujeto con ambas manos. Éste giro provoca los gritos de la señora que se intensifican junto con la fuerza de su mano con la que jala del ala izquierda de mi camisa. Los gritos son escuchados por la virgen desata nudos, en cambio, los botones de mi camisa rebotan por todo el colectivo, como en el cuerpo de los pasajeros quedando alojados en los pliegos de sus ropas, interiores de mochilas y carteras, articulaciones del cuerpo y entre los dedos. La virgen, echa carne por la muchacha de musculosa rosa que en un movimiento milagroso de sus dedos desengancha la hebra del cierre de la mochila. Liberándonos. Levanto triunfante la mirada y exijo un aplauso a nuestra libertadora, pero lo único que consigo es una gran represalia por parte de la conchéta: - los botones se los podes volver a coser y la próxima vez, tenes más cuidado por donde pasas. En cambio a mí me arruinaste la blusa -. Y respondo, volviendo a bajar la mirada: - Disculpe señora, prometo ser más cuidadoso -. 
En el trayecto hacia el fondo del colectivo voy recibiendo en el rostro, uno a uno, los botones desprendidos anteriormente que ahora son arrojados por los pasajeros. Al llegar al final del pasillo, uno de los pasajeros que duerme con el cuello movedizo y su cabeza que rebota contra el vidrio de la ventana, abre sus ojos y me mira. Me observa con todos los botones en la mano y las hilachas en la camisa. Se sonríe amablemente, se levanta y procura que tome el asiento, lo hago. Al sentarme, el colectivo rebota bruscamente en una luneta. De mi mano vuelan los botones y pierden importancia. ¿Por qué? Porqué el libro de la coqueta señora sale despedido, vuela hacia la puerta, cae al suelo de cara hacia arriba y se desliza por la hendija de la puerta hacia el exterior del colectivo.