viernes, 10 de junio de 2016

NI UNA MENOS


Desde las uniones de las baldosas hasta los toldos verdosos agrietados de los locales comerciales, o una campera deportiva violeta de mujer y -aunque parezca descabellado- un cálculo matemático de límites o el pronóstico climático o una raqueta con una pelota de tenis, hasta una pesada enciclopedia o una novela futurista de Isaac Asimov aplastada por “el manual indispensable” para el ingeniero mecánico; evocan un recuerdo. Aunque la fisonomía diaguita-andina del transeúnte que choca conmigo, también evoca un recuerdo pero con la diferencia de que éste recuerdo, me eriza la piel. Me transporta del lugar de la calle en donde estoy hacia destinos ya conocidos pero pasados. Me genera una combustión cerebral e inmediatamente siento escalofríos y sensación de re-encuentro, ya que de pronto, me visita la condenada – ¿O visita al transeúnte y yo la reconozco ahí?- la ausente Patricia. El perfil de su rostro, los pómulos y la tez rojiza junto con el cabello semi-ondulado, son rasgos típicos de los pueblos originarios del Gran Chaco y de la menesterosa provincia Argentina de Santiago del Estero. En lo que dura ese momento, ¡ellas son idénticas! Cuando pasa por al lado mío, y volteo mi cabeza para confirmar con recelo que, al encontrar su mirada descubro que todo es producto de mi imaginación.  Es una desconocida, un peatón. Alguien con quien no me voy a cruzar ni en otra vida. ¿Pierdo la cabeza e imagino que creo en la resurrección o en la vida después de la muerte y la reencarnación en objetos/personas/animales? No y me siento aliviado de no creerlo. Pero siento una “pseudo-pascua” –con el perdón de los laicos, sin ofender- porque en ese lapso de un segundo o dos me encuentro con ella o ella a mí, y es por eso que escribo una y otra vez todos los “encuentros” que me suceden. Quiero dilucidar o al menos dar con la certeza de quien busca a quien. Quiero que confíen en que no estoy apoyando o promoviendo ninguna teoría esotérica, voodoo, umbanda ni nada por el estilo. O es como dijo Isabel:

“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo.”

Isabel de apellido Allende y Patricia, Ibarra. Un apellido muy arraigado a la provincia de Santiago del Estero. Juan Felipe Ibarra fue un caudillo federal y el primero en gobernar Santiago del Estero, durante la conformación del estado nacional en el siglo XIX. Más allá de que Patricia vivió toda su vida en Buenos Aires, sus padres y abuelos fueron los que  emigraron a Capital Federal.
Durante la época de Rivadavia, Juan Felipe resistió la invasión del coronel unitario, enviado por Rivadavia con la finalidad de formar un ejército para la guerra del Brasil. Todo el noroeste argentino estuvo defendido por grandes caudillos como Facundo Quiroga que junto a Juan Felipe Ibarra expulsaron de la zona al enviado de Bernardino, el unitario Lamadrid.
En el transcurso de su vida en capital, Patricia fue docente universitaria en física, química y matemática. También conformaba los informes meteorológicos de Nadia Zyncenko y se desempeñaba como agente de viajes. A su vez madre y columna vertebral de su familia. Con una autoestima elevadísima y una actitud positiva frente a la vida y un espíritu que irradiaba amor.
Estoy convencido de que escribiendo los “encuentros posmortem” con Patricia soy yo el que la quiere encontrar. Lo más increíble de todo y lo más parecido con las batallas del virreinato, es que ella mantuvo una batalla interna durante mucho tiempo, sin saberlo.
Para mí ya es tiempo de que la Real Academia Española adjudique el femenino de caudillo. Más que nada en estos tiempos donde, el liderazgo de las mujeres parece ser la principal amenaza para el sistema social-económico-capitalista.

Decididamente Patricia es toda una Caudilla. 

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