¡Cuanto la vamos a extrañar! |
CONDENA ASUMIDA
Viernes, 13 de febrero del 2015
Sobre mesa familiar. Ecografía
abdominal.
Sabemos que la parte frontal está
tomada. La ecografía acusó la cobertura completa del peritoneo. El sistema
linfático viene fallando; es probable que a estas alturas haya dejado de
funcionar. Los médicos evalúan quitar el tratamiento de la quimioterapia y
comenzar a administrarle paliativos contra el dolor. ¡Era hora! -mi hermano
golpea la mesa con el puño cerrado-. Te dije, má, todos pensamos maso menos lo
mismo, vos la viste como está, todos lo vimos, ese cuerpo no resiste más y si
así lo hiciese… (Pausa.) el ancho
mortal de espadas no está de nuestro lado y clavado está en el corazón
derramando la sangre de toda la familia que sufre por la pérdida del amor de la
tía.
Miércoles, 18 de febrero del 2015
Durante la jornada laboral recibo
un mensaje de texto de Carla, mi mamá: Da, a la tía le dejaron de hacer quimio
hace una semana. Me llamó el Tío, le quitaron la alimentación parenteral.
Buscan darle un “final más placentero”.
Al llegar del trabajo lo comento
con mi pareja, ambos acordamos que es lo mejor para todos.
Comienzo a digerir la visita a la
Corporación Médica Alexander Flemming, el primer instituto privado de oncología
de América Latina, mencionado por primera vez en mis relatos. Me parece justo
dejar asentado donde la paciente fue albergada.
Sábado, 21 de febrero del 2015
Con una mudanza programada hace
un mes, Carla me avisa que toda la familia se está acercando a verla. Cancelo
la mudanza. Por suerte, mi compañera está conmigo en esta situación difícil.
Nos acercamos al edificio de la corporación, desconozco la habitación donde se
encuentra la Tía. Me acerco a la guardia, que es por donde entré la última vez
que vine. Me piden el documento, se los doy. Informo a quien venimos a visitar,
en un inshigth aparece en mi
conciencia un número de tres dígitos: Trescientos cuarenta y dos –le digo.
Negativo –me responde el hombre de seguridad- la mudaron, habitación
cuatrocientos veinte. Pasillo al fondo, tienen que doblar a la derecha ascensor
de puerta verde, cuarto piso; repite, habitación cuatrocientos veinte cuarto
piso ascensor verde. Nos acercamos a la puerta verde esperanza, solo la puerta,
el ascensor en su interior es inmenso, caben dos camillas; su movimiento lo
garantiza un embolo de tamaño considerable. Enfrentados, mi novia y yo, nos
miramos con ternura en silencio. Se abre el ascensor. Reconozco a toda mi
familia política. Muchos familiares cercanos a la tía. Saludamos uno por uno a
todos. Les presento a mi compañera a medida que voy saludando a todos los
presentes en la sala. No hace falta descripción alguna; caras largas, ojos
llorosos, sonrisas angelicales, lentos movimientos. Me acerco al pasillo de las
habitaciones, mi compañera me suelta la mano y me acompaña, viene detrás de mí.
Me encuentro con mi madre en un lento timming,
abrazado a ella, por encima de su hombro abro mis ojos que comienzan a
humedecerse y encuentro a mi tío. El saludo con él fue extraño. Creo que ambos
sabíamos que, si nos abrazábamos lo que dura un abrazo en estas circunstancias,
entrabamos en un túnel húmedo de lágrimas y oscuro de sombras. Solo rosé su
antebrazo y reposé durante unos instantes mi mentón en su hombro, recibiendo lo
mismo de su parte. Nuestras miradas se cruzaron apenas por unos segundos al
separarnos. Continué avanzando por el pasillo. Enfrente a la mesa de primeros
auxilios, apoyando toda su humanidad sobre la pared, mi hermano, ojos
explotados de llanto, mirada perdida en el cielo raso y pañuelos en sus manos.
De sorpresa le robo un abrazo, ya que en nuestra relación no nos demostramos
afecto físicamente y tampoco verbalmente, más bien es como un compañerismo de
escuela… sí, por supuesto que recapacitaré en modificar el tipo de relación con
mi propio hermano. Nuestras mejillas se juntan, me sentí muy bien, ambos nos
sentimos bien. Lo dejo con mi compañera y escucho como se quiebra en llanto.
Respiro profundamente, con gesto amable pero distraído saludo a más familia
política que, hace mucho que no veo y cumplen con una guardia eterna en la
puerta de la habitación. Guardianes inamovibles que brindan a toda hora el
apoyo moral que se necesita en estos casos.
Mi primo más grande, Martín, a la
izquierda de la cama está sentado en una silla y acaricia el brazo de su madre
sobre la sabana que la recubre y da fe de su forzada respiración. Atrás de él,
su tía, la hermana de Patricia, Marina que descubre mi presencia y se desmorona
en mis brazos ya agotada de tanto llorar, un abrazo de fuerzas idénticas que
aumentan al finalizar. Del otro lado de la cama, a la derecha, opuesto a
Martín, se encuentran Federico y Paloma. Fede está con la cabeza apoyada sobre
la baranda de la cama y sujeta el brazo izquierdo de Patricia como queriendo
retenerla en este mundo. Paloma, sentada a su lado, sombría y blanca en su
rostro, con la mirada perdida, acompaña a su madre en el camino que transita.
Carla, a los pies de la cama
sujeta el pie de Patricia. Lo masajea y la estimula. ¿Es posible que exista
tanto contraste entre una parte del cuerpo y otra? El pie de mi tía, y digo
esto porque es lo que está por fuera de la sabana, entre los brazos de mi
matriz. La tensión de la piel, el color, las uñas, sus dedos, parecen de una
persona normal y cuando uno recorre con su mirada y llega a la cabeza
descubrimos alguien que luchó más de seis meses contra un cáncer. Pelo corto
blanco, piel que sobra o huesos que huyen, ojos entre abiertos que se mueven
constantemente y no llegan a cerrarse ni abrirse del todo. Encima tiene una
máscara que está conectada a una bolsa inflada con vapor, más las mangueras
plásticas que salen desde la profundidad de su cuello. Mis ojos se llenan de lágrimas,
me apoyo sobre la pared de la habitación y me dejo caer hasta el suelo, las
lágrimas rebalsan de mis ojos y el gesto en mi rostro es de bronca y detrás de
él se esconde la inmensa tristeza, pero la bronca perdura. Ya los mocos en mi
nariz dan evidencia sonora al respirar que estoy llorando. A todo esto mi primo
Federico levanta su cabeza, me ve. Se sienta a mi lado. Nuestros brazos se
entrecruzan, nos damos aliento entre pechos angustiados pero rostros de pelos y
piedras humedecidos por lágrimas. Agarra mi mano y me dice: “Siempre estuvimos
juntos, primo” Y siempre vamos a estar –le digo.
Domingo, 22 de febrero
Condena cumplida.
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