A la oficina
llegamos a las nueve y, a las diez, de lunes a viernes comienza el “recital
obligatorio”. Llegar a un acuerdo, todos podemos. Pero si no es así, por lo
menos definir y acordar qué artistas, intérpretes, remixes y adaptaciones son
las que NO queremos escuchar a penas llegamos. Tener definido lo que no querés,
no marca el final del recorrido pero sí limita el trayecto a recorrer. Hablando
en criollo, mejor prevenir que curar.
Particularmente
soportamos o le permitimos los “conciertos obligatorios”. Sabemos que es un
tema sensible al comenzar a hablar, sobre todo que ella es la que más antigüedad
tiene en la oficina, es la más joven con 22 años y es intolerable que le
modifiquen su rutina; lleva cinco años de alienación, de machaque. Todo lo que
realiza en el día está perfectamente cronometrado. Desde la recolección del
agua para el mate, la primera que realiza luego de acomodar su bolsa y abrigo,
seguido del encendido de la PC y la apertura de las webs, las necesarias para
el trabajo durante la jornada y las de óseo, mejor dicho, chimentos
televisivos.
Los temas
rondan en estrafalarias versiones de temas en inglés aceleradísimos o una
rutilante lista de temas de Enrique Iglesias, Alejandro Sanz, Miley Cyrus, etc.
En época de exámenes es difícil no reconocer el susurro de su lectura que
sumado al repertorio musical obligatorio y gratuito; es menester un algodón en
el oído.
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